Hoy gritamos independencia, pero seguimos siendo esclavos de la manera de pensar.
Nos liberamos de coronas extranjeras, pero nos encadenamos a ideas heredadas:

que la herencia es un derecho intocable,

que el sistema no se puede cuestionar,

que la vida “ya está escrita” por lo que recibimos.

La independencia verdadera no está en el pasado, sino en el presente.
No se trata de cadenas de hierro, sino de cadenas invisibles: las que aceptamos sin cuestionar.

Y esa es la verdadera lucha: liberarnos de la prisión mental de la herencia.

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